viernes, 1 de febrero de 2013

Noches de Verano

Aquella noche me senté a esperar. Me puse mi mejor vestido, arreglé mi cabello en una fina trenza que acaba con un moño de lino, preparé un té de manzanilla y esperé. La noche estaba particularmente fría para ser un día del tan caluroso Enero que habíamos estado padeciendo, el cielo estrellado y la luna en su cuarto menguante, el rocío del césped humedecía lentamente mis pies descalzos con una delicadeza inigualable. Estoy convencida de que podría haber esperado toda una vida con tal de sentirme como me sentía en aquel instante,-y de hecho lo hice-. Esperé, esperé y esperé. No sabía exactamente que era lo que esperaba (debo confesar que aún no lo sé) y, en verdad, tampoco parecía importarme lo suficiente.

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