lunes, 9 de septiembre de 2013

Palpitando un sueño

Me levanto y me encuentro enferma, con fiebre, dolor de cabeza y cansancio. Sin embargo, no me importa. Decidí desde hace tiempo que ni siquiera un virus podrá arruinarme lo que será la mejor semana (la segunda mejor) de mi vida.
 
Cada vez que abro los ojos veo el calendario y esa fecha que, en mi mente, me parece más bonita que cualquier otra. Los números se ven como preciosos toboganes en los cuales me gusta jugar, el día ya no parece tan terrible como siempre me lo pareció. Todo se ve como si fuese salido de un cuento de hadas.

Todavía no caí en la cuenta de lo que está sucediendo.
 
Aquel día, que siempre se vio tan lejano e inalcanzable y que durante muchísimos años visualicé como el más feliz de mi vida, aquel día se encuentra a sólo una semana de distancia. Una semana que, como suele suceder cuando una se encuentra en tal espera, pareciera no llegar jamás.
 
Se trata de un sueño, mi sueño, el más grande y el más viejo de todos los que tuve desde que me enseñaron a soñar. Palpito cada vez más mi deseo de que pronto llegue tan esperada fecha, se los recuerdo a mi familia, a mis amigos y hasta a mi misma. A veces sin querer me pierdo al pensar en lo maravilloso que será poder  ver con mis propios ojos un lugar encantado y ajeno a la codicia, la arrogancia y la maldad del mundo en el que vivo.
 
Pero entonces, mientras imagino mi vida en aquel lugar, abro los ojos. Siento un poco de miedo ¿Por qué? se preguntarán. Miedo de que algo malo suceda, que por alguna razón no lo consiga, que se esfume con el viento y que ya nunca más vuelva. Me aterro y siento que, por un momento, me falta el aire. Tal vez debería dejar de idealizar las cosas y dejar que fluyan (algo que siempre me ha traído severas consecuencias).
 
Al final, me tranquilizo. Sé que mis temores se deben a la ansiedad que me genera estar tan cerca del momento. Desde pequeña, antes de que aprendiera a sumar o restar, me encontré con este sueño, y creció y creció y creció hasta volverse mi más grande anhelo. Es por ello que se que todo está bien y que así seguirá.
 
Cumplir un sueño es abrir una puerta, a lo desconocido, a lo fantástico, a lo inimaginable. Cumplir un sueño es no saber que esperar y alegrarse por ello, es llenarse de adrenalina como si estuvieras en una montaña rusa, como sentir un millón de veces esos flechazos de amor que te calan hasta los huesos. Cumplir un sueño es hacer que todas esas fantasías que te traían tanta alegría se vuelvan reales, y que te llenes de tanta felicidad que sientas que podrías salir volando.
 
Mi sueño me espera, y lo sé. Sé que espera tan ansiosamente como yo el día en que, después de tantos años, nos encontremos por fin.

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