Siempre tuve la creencia de que
la vida te devuelve todo lo que das. Y, con cada día que transcurre, voy reafirmándola
un poquito más.
Hoy, por ejemplo, no tuve un día particularmente
maravilloso (para ser honesta, fue casi un desastre) si bien puse mucho empeño en intentar alegrar la situación. Sin embargo, casi finalizando el día recibí una sorpresa que, por más pequeña que
pueda parecer, fue un regalo inmenso mandado por el destino: Una mujer, quien
apenas me conoce y con suerte sabe mi nombre, recordó mi gusto por la
literatura y me envió amablemente, a través de la Señora Madre, un bonito
señalador con movimiento. Este sencillo acto logró dibujar, cuando menos lo
esperaba, una enorme sonrisa en mi rostro.
Son estos pequeños detalles tan
desinteresados los que colorean mi vida. Ya sea recibir un regalo en un día cualquiera,
un mensaje de buenos días, una tarde improvisada de mates o tan solo el hecho
de saber que todavía existe gente que actúa desde el corazón, son el tipo de cosas
que me llenan el alma. Es reconfortante descubrir que, en un mundo en donde
reina el individualismo, aún quedan esas personas que te tienen en cuenta, que hacen el bien sin mirar a
quién, que no juzgan y que siempre otorgan una mano a quien lo necesite, porque son gente
que disfruta dando y no recibiendo.
Gracias a ellos esta noche me
duermo feliz, esperando que estos seres, esta especie en peligro de extinción,
sobreviva; soñando con el día en que llegue a ser tan maravillosa como ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario